Candy al Banquillo
Por Cástor E. Carmona*
Basta sintonizar en la tele caricaturas japonesas para que salten a la vista mujeronas cuyas minifaldas revelan picones fuera de su órbita, muslos como perniles y pechos que hacen lucir macilenta a Roxana Díaz. Los animes o dibujos animados nipones son blanco de críticas por su carga sexy y violenta. No soy experto en la materia para decir lo contrario, pero sí disiento rotundamente de quienes afirman con nostalgia que las “comiquitas de antes” eran la pulpa del candor.
Popeye, por ejemplo, fue el colmo de la doble moral, un fumador compulsivo que ni para masticar la nutritiva espinaca se sacaba la pipa de la boca; la continua represión ejercida por el agente Matute contra Don Gato y su pandilla era una muestra indignante de brutalidad policíaca; mientras la obsesión de la Gata Loca por Ignacio reflejó la suma de los síntomas del acoso sexual moderno.
También ayer proliferó la paternidad irresponsable. El caso más bochornoso fue el padre de Marco, quien negligentemente dejó que su hijo de 12 años se embarcara solo en una travesía a otro hemisferio en busca de la madre, luego de que ella lo abandonara por ir tras el vil metal (nunca envió ni medio a casa). Siempre sospeché que la doña no quería ser encontrada: el porfiado carricito ingresaba a una habitación justo cuando la madre salía -¿casualmente?- por la puerta trasera o una ventana. Nadie venga a decirme ahora que tanto desencuentro fue fruto del azar. No, señores. La vieja se le estaba escondiendo.
Aunque lo más depravado fueron las incidencias románticas de Candy Candy, carajita por cuyos devaneos amorosos suspiraron las niñas de hace un par de décadas, y de quien los varoncitos solíamos burlarnos mientras comentábamos públicamente hazañas de Mazinger Z o
Fantasmagórico; aunque, a escondidas, no nos pelábamos ni un episodio hasta descubrir quién se pasaría por el filo esa semana a la huerfanita más retozona del hogar de Pony.
Latinoamérica no se distingue por la producción de dibujos animados de éxito masivo; pero el espacio más popular destinado por estos lares a la chiquillería, El Chavo del Ocho, entraña secretos inquietantes ¿O alguien sabe qué hizo y sigue haciendo Doña Florinda cuando recibe en casa al profesor Jirafales y cierra la puerta sin dejarse ver por un buen rato? ¿Sería –y por qué- la madre de Kico quien apodó al educador “maestro longaniza”?
¿Ven? El destape de las heroínas de los dibujos animados es signo de franqueza y, de paso, un estímulo para el encuentro familiar: nunca como ahora padre e hijo comparten, sin pestañear, tardes enteras frente a la tele hasta que abate el cansancio y acuerdan el paréntesis de una partida de videojuego. Pero no de aquella pelotica que rebotaba de un muro a otro con predecible cadencia, nada de eso, sino excitantes aventuras de Lara Croft y su bermudita ídem.
* publicado con autorización del autor.
vía: Crónicas de lo crónico
vía: artículo.org
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